JOSÉ RAFAEL LANTIGUA EN SU TERRITORIO DE ESPEJOS
Por: Soledad Alvarez.
En el año 2003 tuve el gusto de presentar, junto a Basilio Belliard, el poemario de José Rafael Lantigua Los júbilos íntimos; libro, como dije en esa ocasión, de una vida recuperada por la memoria en el poema, vuelta al pasado biográfico y desde la nostalgia, reafirmación de identidad.
Hoy, diez años después, junto a queridos cofrades de la poesía y la amistad, acompaño a José Rafael en el bautizo de su tercer libro de poemas, que felizmente viene a dar continuidad a su escalada poética, necesariamente sacrificada por las demandantes responsabilidades que asumió durante los años en que se desempeñó como Ministro de Cultura.
Y no es baladí apuntar ese paréntesis, ese aplazamiento de la que, a mi entender dentro de su fructífera actividad literaria se ha convertido en su vocación más esencial: la de perseguir el poema, y a través de la poesía la unidad de la palabra y el ser, del sentir y el pensar. Y es que tras el comprensible silencio y la contención, y como esos orfebres que han acopiado conocimiento y materiales preciosos a lo largo de los años, me parece que en Territorio de espejos el poeta ha puesto en juego sus más hondos y arriesgados esfuerzos en el ámbito creativo, para dar a la luz una obra que si bien mantiene puntos de contacto en temas y motivos con su libro anterior, en su apuesta por instalarse en la dimensión simbólica del poema, esa que nos permite acceder a lo que debe ser descubierto y a la revelación que trasciende lo puramente objetivo, manifiesta un mayor empoderamiento de la palabra, una mayor complejidad en los avecinamientos de la imagen y en la proliferación de figuras y recursos de la poesía.
Desde el título del poemario, su autor nos advierte que entramos en territorio desobjetivizado, sala de espejos en la que el objeto, la realidad que se refleja, invertido de la realidad es otro, como en esos espejos cóncavos en los que la imagen, por reflexión, es mayor que la real. “Espejos cóncavos” se titula, justamente, el apartado que abre el poemario y que me corresponde comentar, a la que le siguen los espejos sincopados, viajeros, retrovisores, de altares, territoriado…espejos múltiples, superficie en la que el sujeto cree estar viéndose y viendo lo que es cuando lo que ve es solo un reflejo; espejo que nos instala en la duda, en la incertidumbre de lo pensado-vivido por lo ilusorio de la realidad, azogue que tendremos que atravesar, como Alicia, para llegar a su interior, al otro lado donde todo es relacionable, convergente, recreado; al poema en el que el alma del lector se inclinará para encontrarse con las honduras del alma del poeta, que tras su inmersión en la realidad y sus territorios revela sus visiones, vivencias y pensamientos. Así, a manera de ejemplo, en el poema “La incierta resignación del vuelo”, la ciudad real, que nombra en el umbral de su despojo, la “ciudad de remiendos y verdugos”, es otra en el laberinto insomne del poema: “Ciudad que no es ciudad/solo recuerdo y médula/”, y en la que, como reflejos de espejos las preguntas se multiplican para lanzarnos de lleno a la incertidumbre de una subjetividad acuciada por lo arbitrario de la existencia y la angustia del hombre contemporáneo. ¿”Dónde agoniza mi naufragio”? se pregunta el poeta, “Dónde dónde mi fantasma se aventura/a morder el cuerpo amarillo de tu silencio?”, y más adelante, en salto de anáforas, procedimiento muy utilizado en el poemario, que estremece por el sorpresivo cambio de referente y por la belleza de los versos, dice: “¿Dónde arderá el cuándo de tu boca quemante?/ ¿Dónde dónde el qué de la promesa? “¿Dónde dónde dónde el cómo de tu anillo de ojos cerrados?”.
La tensión entre representación objetiva y figuración, entre realidad y símbolo, que encontramos bellamente expresada en el poema “La adúltera belleza del desamparo”:
“Salí a buscar un símbolo/ una diadema/ una perla/ y alcancé a ver la presencia de unas manos/ que parecían cocer sobre la piel sangrante”
atraviesa y enriquece estos espejos cóncavos como todo el poemario, tensión a la que se agrega los momentos en los que el poema pulsa por convertirse, más que en andamiaje comunicativo, en objeto linguístico autosignificante, exigiendo, como toda poesía de hálito mayor, una lectura más atenta y conocedora del lenguaje poético.
Pero están también aquellos en los que nuestro poeta se confirma como el romántico de sus poemarios anteriores, en los que, con un lirismo diáfano fulguran como gemas el amor y las ausencias, el deseo de infinitud, el sobrecogimiento ante el tiempo y la muerte, y sobre todo el encuentro con la belleza, espléndido en los textos que componen el apartado “Espejos viajeros”, que disfrutamos como evocaciones de viajero en un registro personal, y también como transmutación del paisaje en poesía y pensamiento.
En una contemporaneidad signada por la proliferación de espejos, en los que se refleja el sinsentido de nuestras vidas vacías, alienadas en el consumo, estos espejos de José Rafael Lantigua, como en Stendhal, en Proust, en Borges, en Octavio Paz o Alejandra Pizarnik, nos llevan al otro lado, más adentro, al espacio sagrado donde nos encontramos con nuestro ser, con el alma.
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SOLEDAD ALVAREZ, poeta y ensayista. Graduada en Filología, con especialidad en Literatura Hispana y Literatura Hispanoamericana en la Universidad de La Habana. Ha sido columnista de varios diarios y fue jurado del Premio Latinoamericano y del Caribe Juan Rulfo. Ha sido galardonada con el Premio Siboney de ensayo y el Premio Nacional de Poesía.
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LOS ESPEJOS DE ALTARES DE LANTIGUA. Por León Félix Batista.
Los territorios poéticos de un viajero insomne. Por Basilio Belliard.
LA POESÍA EXISTENCIAL DE JOSÉ RAFAEL LANTIGUA. Por Plinio Chahín.
Invariantes afectivos y antropológicos en Territorio de espejos. Por Alejandro Arvelo.