LOS ESPEJOS DE ALTARES DE LANTIGUA
Por: León Félix Batista.
¿Qué tan sólido podría ser el territorio de un espejo? No lo es el de un cristal, que sin la mano del azogue no es espejo; y un espejo de agua, un espejo natural es, tal vez, y solamente, “una plataforma de metáforas”, como el título de un texto de este libro. Habríamos de concluir, en consecuencia, que el territorio de un espejo es sin dudas un terreno movedizo que produce reflexión reproduciendo, como recordar también que “reflexión” es un vocablo contaminado de acepciones aparentemente contradictorias entre sí: reflexión como reflejo, devolución de imagen, y reflexión como hondura conceptual (pero sólo en apariencias, porque concepto es reflejo internalizado de una realidad externa). ¿De qué otro modo podría ser, proviniendo la palabra “espejo” del latín specullum, la que más tarde derivó en “especulación”? Porque es evidente que, para especular con la imagen que retorna desde sí, un espejo no tiene que ser curvo (cóncavo o convexo, ojo de gato, mágico): lo que vierte al revés es lo mismo y otra cosa: la derecha es la izquierda y viceversa en el confrontamiento.
La verdad es que, insertos en esta sociedad adoratriz, siendo parte de una civilización tan dada a la veneración mortal y santa como la occidental, no podían faltar en la mensura de un territorio de espejos –última tarea a la que se ha dado el poeta José Rafael Lantigua– los espejos de altares, a riesgo de equivocar el paso y quedarnos en el espejo personal, el espejo de bolsillo. Estos altares, empero, no son los propios de la gracia de los dioses, de ángeles y de hombres sacros: se trata más bien de los altares de la tierra y de la Patria, de sus divinidades truncas, espoliadas: de esa ave impurísima, con pecado concebida. Los subtítulos de esta sección del libro de Lantigua definen claramente su propósito: El ruido de la historia es uno y Lectura de granujas es el otro.
En ese primer poema referido se habla de historia aciaga por “una corza mordiente que fija cicatrices y decide heridas”; de las navegaciones y los asentamientos fijados en un tiempo de serpiente circular, en la isla, en la isla, bajo “una tormenta blanda”. En el segundo texto, dividido en dos secciones, ya queda evidenciado que se trata de la isla del espejo, del sujeto en el azogue, “en la isla del deseo y la coartada”.
Con este libro Lantigua ha insertado su voz, de golpe y porrazo, en el suelo movedizo de la épica en la poesía dominicana contemporánea, en esa línea magistralmente trazada por sus contemporáneos Alexis Gómez Rosa, José Enrique García y Cayo Claudio Espinal. No en vano Territorio de espejos cita más de una vez a Manuel Rueda, padre literario de esos tres. Y eso dije al principio no es poca cosa, ya que espejo es superficie, y hacer que ocurran cosas, que transcurran, frente al ojo de captura de un espejo, es forzarlo a la hondura, a trascender. Como quien dice o como dice Lantigua:
Uno sabe que hay que limpiar la palidez
la fetidez
de este esquivo horizonte.
Y sentarse a escribir
a reescribir
la historia de este tránsito y su instante
(pag XXX)
Y escrito todo ello a través de un trabajo febril con la forma, des-centrando el flujo, es decir, sacándolo del centro, dislocándolo, transformándolo en decir de periferia y estallido de la página. El trabajo del espacio en desarrollo aquí implica un desajuste de la imagen fija, de modo que el reflejo se enriquezca, a manera de aquella distorsión proliferante y perversión de la representación que el cubismo procuró. Lantigua trata de hacer descomponer en el espejo de la página lo que se piensa estable y sólido, desde la condición social y humana hasta el discurso establecido y estancado. Como nos advierten los espejos retrovisores (y así se llama una sección del libro): los objetos están más cerca de lo que aparentan.
Considero que el poema y el espejo son ambos dispositivos para exponer la imagen (material en un caso, literaria en el otro). La materialidad ficticia: lo que ocurre en el doblaje del reflejo es mentira y es verdad. La diferencia está en que el sujeto de reflejo desaparece del espejo con un simple movimiento, en tanto que el sujeto del texto no desaparece nunca, porque siempre es su acento, su manera, su decir, lo que refleja.
Sin embargo, el espejo en la pared no está fuera del discurso de la casa como tampoco el ser, el sujeto reflejado, está ausente de la casa del discurso. Pero el sujeto accede a la catástrofe de su deformación buscándose en lo indeterminado, que no otra cosa es el lenguaje del poema. Y digo deformación pensando en la pérdida de alguna de las dimensiones perceptibles sufrida en el reflejo: una cosa es que se truequen en tu espejo los conceptos espaciales, pero otra es que se pierda tu cuarta dimensión, la temporal: eres ahora, en tu reflejo, no lo que fuiste en imagen y mucho menos eso que habrás de ser a posteriori.
Y dije bien Catástrofe pensando en la teoría de René Thom, fluidamente desarrollada en Estabilidad estructural y morfogénesis, ensayo de una teoría general de los modelos[1], la cual ejemplifica marcadamente la sección segunda de este Territorio de espejos, al arrancar con el poema Kaos, seguida de los cosmos a página completa de dos poemas en prosa. Me parece que es la propia fluctuación de la existencia material lo que se consigna allí, la catástrofe más fértil. Por eso estos espejos son físicos a veces y otras son lexicales: cóncavos o sincopados, viajeros o retrovisores, de altar o territoriados.
Y hablando de este aspecto, yo creo que estos territorios muchas veces se desterritorializan (como cuando Deleuze y Guattari hablan de sustracción y huida, desestratificación y descodificación[2], o al hablar a dos voces de “rostridad” y necesidad de reterritorialización aunque fuera en un espejo melancólico[3]: El rostro, un precepto visual, “es una superficie (…) un mapa, incluso si se aplica y se enrolla sobre un volumen, incluso si rodea y bordea cavidades que ya sólo existen como agujeros”[4]). Pero creo también que el territorio de Lantigua en otras ocasiones se extraterritorializa, al decir de George Steiner[5], aunque sólo en el aspecto en que éste se refiere al desarraigo de escritores que se expresan en distintas lenguas mas encontrándose “como en su propia casa en varios lugares”; lugares que son geográficos más que idiomáticos, en el caso de Lantigua. Mas, no hablemos de lenguas extranjeras, pues de lo que se trata es de la propia extranjería del espíritu. Porque el efecto de un espejo, como el de la pintura –y es por ello que espejos y cuadros se enmarcan– es aislar un escenario, una forma, un segmento a la mano reflejable. Por tanto, un espejo es una isla de una imagen, como isla es la poesía en el lenguaje e insular es el espacio del poeta en cuestión, aún reconstruyendo las astillas de sus espejos viajeros, tal y como se hizo en la sección tercera.
La tentativa general de este libro, y la de este apartado en particular “Espejos de altares”, es forzar a fluir la imagen del espejo desde su estatismo espacial por intermedio de la imagen verbalizada, escrita. Digamos que transcurre en el territorio ubicuo de las edades y la Historia, pero que habita en ambas, a través del nomadismo de la lengua literaria.
Es el drama más humano, la identidad difícil, que precisa la devolución del rostro, verse siempre desde fuera, reflejado, para saber qué somos o qué no: no hay de otra.
[1] Gedisa, Barcelona, 1996. Traducción de Alberto L. Bixio.
[2] En Mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia, Pretextos, Valencia, 1994. Traducción de José Vázquez Pérez.
[3] Op. Cit., pag 111
[4] Op. Cit. 174 y 176. “Año cero. Rostridad”
[5] George Steiner, en Extraterritorial, Barral, Barcelona, 1973, Traducción de Francisco Rivera.
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LEON FELIX BATISTA, poeta, ensayista y traductor. Ampliamente antologado dentro y fuera de la República Dominicana. Ha obtenido los premios de poesía de Casa de Teatro y de la Universidad Central del Este.
Vea también:
JOSÉ RAFAEL LANTIGUA EN SU TERRITORIO DE ESPEJOS. Por Soledad Alvarez.
Territorio de espejos: lenguaje de ruptura. Por: José Mármol
Los territorios poéticos de un viajero insomne. Por Basilio Belliard.
LA POESÍA EXISTENCIAL DE JOSÉ RAFAEL LANTIGUA. Por Plinio Chahín.
Invariantes afectivos y antropológicos en Territorio de espejos. Por Alejandro Arvelo.